Pensar en el largo plazo, apuntar al fortalecimiento de la integración regional, aumentar el valor agregado de sus productos, son algunas de las claves a tener en cuenta.
Por años, la discusión sobre si América Latina había entrado en un proceso de desindustrialización lideró las conversaciones en muchos países de la región. Hoy, sin embargo, hay que dar un paso al frente y más allá de encontrar la respuesta adecuada a ese interrogante, es preciso delinear la hoja de ruta que debería seguir el continente para recuperarse de la desaceleración económica que lo aqueja.
En primera medida hay que entender que estamos en una nueva en lo que respecta a las políticas industriales, tal y como lo explicó Lourdes Casanova, directora del Instituto de Mercados Emergentes, en una entrevista con el diario El País de España. “Hemos entrado en otra fase… Hay una vuelta a los bancos de desarrollo en todo el mundo, muchos países se han dado cuenta de que hace falta algo más que solo mercado y la región no puede ir en dirección contraria”, indicó.
Pero, ¿a qué se refiera esta profesora de la Universidad de Cornell? Simple: a que el Estado sí debe jugar un papel protagónico en la formulación de una política industrial, una premisa que por décadas se había archivado en el baúl de los recuerdos.
Largo aliento y valor agregado
No obstante, esta tarea no puede recaer de manera exclusiva en los gobiernos de la región, por el contrario, es un imperativo que la academia y la empresa privada se sumen a esta construcción. Y aquí hay un componente transversal que debe acompañar a las políticas industriales de los países de América Latina: pensar en el largo plazo.
Puede sonar paradójico que ante un mundo tan cambiante como el actual haya que pensar en el largo plazo, sin embargo es una necesidad irrefutable. “Todo lo contrario a lo que vemos en muchos países latinoamericanos, donde los bandazos y cambios de dirección son demasiado frecuentes, y apenas se piensa en medio y largo plazo. El consenso en torno a políticas de futuro es lo que da fuerza a una nación: la mayoría de países exitosos son los que han conseguido alcanzarlo”, indicó –con total razón– la profesora Casanova.
En esa sintonía, las empresas –tanto los que ya están en la región como las que quieren aterrizar en suelo latinoamericano– deben incorporar a su ADN planes de largo aliento, en los que se incluyan inversiones que favorezcan la reconversión de maquinaria.
Y es que aquí conectamos con el segundo punto clave en esa reindustrialización inteligente: América Latina debe agregar valor a la producción de sus materias primas. Quedarse en el añejado modelo de ser ‘la despensa del mundo’ solo abrirá la brecha con los países industrializados. Es un imperativo que los países de la región se comprometan con esta visión.
El poder de la integración
Sin duda, poner en marcha este ambicioso plan suena más fácil de lo que realmente implica, pero también es justo decir que es totalmente loable si hay voluntad política y si se dan puntadas con ese fin.
Hace todo el sentido, por ejemplo, que América Latina dé un paso real a la integración de sus mercados. Un reciente estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) indica que la región deja de percibir más de 11.000 millones de dólares cada año, por cuenta de no unificar sus más de 30 acuerdos de libre comercio o trato preferencial.
El impacto va más allá del componente monetario. La integración de los países de América Latina supone también una cooperación tecnológica y de conocimientos que facilitarían la inserción de la región en las cadenas globales de valor. ¿Qué son? Son las actividades necesarias para la producción de un bien o un servicio que una empresa lleva a cabo en distintas localidades geográficas.
Es así, como por ejemplo, las partes de un avión se producen en diversos lugares del mundo que luego son ensambladas en una planta. El motor puede ser ‘Made in USA’, los baños en Japón, las puertas en Francia, los estabilizadores en el Reino Unido…
América Latina debe encontrar su espacio en estas cadenas. Ventajas comparativas como una única lengua, una riqueza de recursos naturales y una posición geográfica privilegiada –por nombrar solo algunas– deben ser terreno fértil para que América Latina inicie un proceso de reindustrialización inteligente, con un norte claro y con la capacidad de pensar en el futuro más allá de la inmediatez o la urgencia.
Además, esa integración debe tener muy presente un concepto del que se habla con insistencia, pero que muy pocas empresas han puesto en marcha: la Industria 4.0. Aterrizar realmente este concepto a las necesidades de cada compañía, tiene que ser una de las tareas que encabecen el listado para la reindustrialización de la región.
En ese orden de ideas, Axioma B2B Marketing celebrará la primera versión de Smart Production (11 y 12 de noviembre, Hotel Fiesta Americana, Querétaro, México), un evento que entregará las claves para que las empresas de América Latina implementen una producción inteligente, que les permita convertirse en jugadores globales de la industria mundial.